Me despierto con tu nombre en la boca,
me arrastras con la fuerza del huracán alado,
allá donde las cumbres permanecen nevadas,
y al campo de amapolas y nardos.
Te busco en cada línea blanca de la almohada,
arruga violácea detrás de la esquina
del pliegue de labios verticales,
herida de la vida, y del deseo surco,
se abre la tierra dulcemente al paso del arado.
Noches de lunas derramadas,
lucha de astros que tililan en un coro de grillos
y cigarras afónicas en la falta del aire que sofoca
los besos y come los gemidos, de tu sombra y mi yo,
de tu yo y mi sombra, los dos desmantelados
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