El perro corría aterrorizado, sus ojos negros y desorbitados, lanzaban destellos al ritmo de su aullido, mientras los zapatos caminaban lenta y firmemente, como cada noche se dirigían al camposanto, y en concreto a la tumba de Paco "el colorao", un hombretón pelirrojo y corpulento.
Zapatitos, zapatones , que asustáis los corazones! Así cantaba mi abuela Carmen cada vez que nos arremolinábamos en torno a la camilla tras la cena, esperando con ojos vivaces y ansiosos escuchar la historia de los zapatos malditos. Ella nos miraba complacida, y esperaba a que se hiciera el silencio, se acomodaba en su sillón de mimbre y colocaba el mantón de lana sobre sus cansados hombros, mientras se oía a mi madre trastear en la cocina, y comenzaba con su voz débil y cascada-Cuentan en el pueblo que hace montones, miles de años, un hombre malvado, de los que matan, bajaba cada noche como un lobo a atacar el poblado, unas veces, quería pan, carne, fruta...comida que escaseaba, otras ropa y cobijas, o simplemente, a aterrorizar a sus pobres gentes, que trabajaban de sol a sol, antaño relataba con un deje de tristeza, muchos no tenían ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca, el bandido era conocido como "Rufo el atroz", cada mañana los lugareños contaban de sus fechorías nocturnas.
La gente estaba harta de sus desmanes, y tramaron una emboscada, gran error, fue Paco el primero en caer, la razón sus nuevos zapatos marrones , con suela gruesa y cordones.
Los mozos más aguerridos del pueblo : el Paulino,el Juan, el Paco, el Carmelo y el Manolo, acordaron hacer un cerco estratégico para cazarlo, el Paulino estaría escondido a la entrada, en los soportales de la iglesia, otro en la plaza, otro en la fuente, y dos a la salida del callejón del vino, no habría posible escapatoria para Rufo, sin embargo iba con un machete y cuchillos , al notar que lo acechaban, sacó sus armas, y atravesó al Paco como una loncha, con la sangre fría del que no tiene conciencia, desató los cordones y quitó los nuevos zapatos al cadáver, tiró sus albarcas al aire y se calzó los zapatos, no sabiendo que sobre ellos pesaba un conjuro, Rufo nunca más dormiría tranquilo, cada noche al descalzarse, sus zapatos emprendían camino al camposanto, se colocaban encima de la tumba del Paco, y si quería calzarse Rufo, allí había de acudir en su búsqueda, zapatos y conciencia lo esperaban cada amanecer, poco a poco se fue mermando, quedándose negro y enjuto, ya no rondaba por el pueblo, se quedaba sentado sin ni siquiera buscar una sombra, una paja colgaba de su boca y una lágrima de aquellos ojos pequeños y oscuros, alfileres del dolor era constante en ese pobre y andrajoso ser, vagaba día y noche como un obstinado lamento, perdió la cabeza entre la fatiga que dan el hambre y los pensamientos dolorosos. No tardó mucho en morir, como todos éramos ricos de nada, un vecino le quitó los zapatos, el pueblo miró con una mezcla entre sorpresa y miedo, como los zapatos echaron a correr hacia el cementerio, y sobre los restos de Paco, se quedaron, el sol, la lluvia, las heladas...fueron descomponiendo el objeto del terror, y llegaron a integrarse con la tierra. Padul, volvió a sonreír ante la recuperada libertad.
